LEYENDA HIRAM ABIF
Esta leyenda me la contó mi madre
unos días antes de morir, a ella se la había narrado mi padre, pero antes de contármela me pidió
que siempre lleve en mi corazón el recuerdo “de ese” momento del relato. Hoy en
día puedo escribirla de una manera más certera, ya que el recuerdo de niña era
algo borroso. Sigo buscando los motivos “del porque” fui la elegida para escuchar
esta historia y que no la compartió con mis hermanos.
El relato me atrapó cuando era niña.
Recién hace muy poco tiempo alguien a quien aprecio mucho me dijo que se
trataba de la leyenda de Hiram Abif.
El relato de mi madre se basó en un personaje
bíblico casi desconocido, un forjador de metales llamado Hiram Abif, que
trabajó en la construcción del templo del Rey Sabio Salomón.
Salomón, enterado de la fama de
artesano de Hiram Abif, avezado en el arte de la construcción, lo hizo llamar
para que forjara las dos columnas de la entrada del pórtico del Templo.
Hiram -hijo de una viuda- cuenta
la leyenda, era un hombre humilde y diligente, trabajaba sin descanso
dirigiendo la labor de sus compañeros y aprendices, a la vez que les iba
enseñando los secretos del oficio de constructores. Hiram mantenía una
fidelidad inquebrantable a los secretos que le habían sido trasmitidos por sus
maestros y fue asesinado poco antes de la culminación de la obra del Templo de
Jerusalén.
Un grupo de tres pérfidos
compañeros, ávidos de conocer todos los secretos que atesoraba Hiram,
conspiraron clandestinamente para arrebatárselos, urdiendo una trampa criminal.
Se emboscaron amparados en la oscuridad de la noche, cubriéndose sus rostros,
en cada una de las tres puertas del Templo, lugar donde el maestro se había
retirado para orar al Creador.
Concluidos sus rezos, Hiram Abif
se encaminó hacia la puerta ubicada en el sur, allí emboscado y armado con una
regla plomada le esperaba agazapado uno de los traidores. Lo asaltó
amenazándolo con golpearle hasta causarle la muerte si se negaba a trasmitirle
los secretos por él conocidos. El maestro Hiram fiel a su juramento, le
contestó que ni podía ni quería divulgarlos. Dándole a entender que sólo a
través de la constancia y el esfuerzo se haría merecedor de llegar a participar
de aquellos secretos y que preferiría morir antes que traicionar la palabra
empeñada.
Insatisfecho el malvado con la
firme respuesta de Hiram, le asestó un fuerte golpe en la cabeza del maestro.
Tambaleándose y aturdido, el maestro huyó corriendo hacia la puerta del norte.
Al acercarse a la segunda puerta,
fue abordado por el segundo de los intrigantes armado. Tras darle el maestro la
misma respuesta negativa, recibió nuevamente otro golpe en la cabeza, cayendo
aturdido de nuevo al suelo. Viendo que su retirada estaba cortada por dos de
las puertas del templo, desfallecido y ensangrentado trató de huir
encaminándose hacia la puerta ubicada al este, donde se encontraba oculto el
tercero de los criminales.
Este tercer infeliz recibió del
Maestro las misma respuestas que los dos anteriores, porque a pesar de la
debilidad en la que se encontraba Hiram, supo mantenerse firme e inquebrantable
en sus principios y guardo sepulcral silencio. Un nuevo golpe violento asentado
con un pesado mazo lo derribó, cayendo muerto.
Nadie vio ni oyó nada, el delito
se ejecutó en total clandestinidad como suelen ocurrir en la actualidad las
reuniones de conspiración. El vil asesinato se consumó en la más absoluta
nocturnidad y sin que nadie se percatara de ello.
Al día siguiente, a la hora del
comienzo de los trabajos, los capataces de la obra al ver que Hiram no llegaba,
como acostumbraba, puntualmente con los planos y diseños bajo su brazo,
intuyeron que alguna desgracia podría haber acontecido a su Maestro. Una
representación de compañeros fue a comunicar al Rey Salomón la sospecha que la
desaparición repentina y misteriosa tuviese por causa algún fatal desenlace.
El Rey Sabio ordenó una revista
inmediata de todos trabajadores de las diferentes cuadrillas, apercibiéndose de
la sospechosa ausencia de tres de los encargados.
Esta extraña falta abrigó aún más
los temores del Rey Salomón por la suerte que pudiera haber sufrido su
principal artista. Eligió entre los oficiales a los tres de más confianza y les
ordenó que, acompañados de sus respectivas cuadrillas, partieran con la mayor
rapidez en busca de su Maestro. Los grupos marcharon divididos en tres
cuadrillas, partiendo de cada una de las puertas del Templo y fijando una fecha
concreta para retornar, informando del resultado de sus pesquisas.
La primera de las cuadrillas,
tras varios días de infructuosa búsqueda, regresó a Jerusalén sin haber
descubierto nada que pudiera aclarar la desaparición del maestro. El segundo
equipo fue mucho más afortunado, pues cierto mediodía, se sentaron a
descansar bajo la sombra de unos árboles en las inmediaciones del camino. Uno
de los hermanos al querer levantarse, se asió con la mano al arbusto bajo el
que se cobijaba, quedando sorprendido con la facilidad con que las raíces se
habían desprendido del suelo. Examinó con atención la zona y observó que la
tierra había sido removida recientemente. Llamo al resto de cuadrilla,
excavaron en el lugar y encontraron el cadáver enterrado del Maestro Hiram
Abif.
Con sumo respeto y veneración lo
volvieron a sepultar en la tierra. Y para recordar el lugar exacto donde se hallaba
enterrado, colocaron una rama de acacia en la cabecera de la tumba.
La leyenda continúa narrando el
traslado del cuerpo del maestro a Jerusalén, su inhumación bajo la sagrada
tierra y finaliza lamentando la doble pérdida: pérdida del Maestro
Hiram Abif y la pérdida de los secretos que se llevó con él.
En esta leyenda no hay seres
mágicos o con poderes sobrenaturales, el protagonista es un simple trabajador,
un forjador de metales y su única virtud es el trabajo, la constancia y la
discreción.
Las herramientas con que matan al
maestro, nos muestran la dualidad de las cosas, el bien y el mal. Las
herramientas símbolo de la inteligencia y el trabajo creativo son aquí
utilizadas para la ignominia y el crimen, dándonos a entender que ninguna
creación humana es buena ni mala por sí misma, su bondad o perversidad depende
del uso que los seres humanos hagamos de ella.
Los tres malvivientes de la
leyenda representan las tres grandes lacras de la humanidad, esos defectos que
conducen en innumerables ocasiones al fratricidio, son la simbología de la
ambición, el fanatismo y la ignorancia perversa. Hiram es la alegoría de las
tres virtudes contrarias: la generosidad, la tolerancia y la instrucción.
La búsqueda de nuestra propia
inmortalidad, debe estar cimentada en esa verdad personal que cada cual
llevamos en lo más profundo de nuestro ser y de la que nos servimos como bastón
para poder afianzar nuestros pasos. De esa verdad íntima que sólo alcanzaremos,
igual que el maestro Hiram, sí fundamos nuestra existencia en el trabajo, la
humildad y el respeto al resto de los seres humanos, sin malas artes ni
engaños, sin aprovecharnos del esfuerzo de nuestros semejantes.
El símbolo del secreto nos debe
hacer comprender que no existe el misterio ni el enigma, que lo que no
conocemos, es únicamente producto de nuestra propia ignorancia y sólo en la
medida que seamos capaces de asumir nuestra ignorancia, seremos capaces de
avanzar en la comprensión, pudiendo llegar a explicar el mundo que nos rodea,
con una finalidad última que es tratar de hacer de un hombre bueno, un hombre
mejor.
El Maestro Hiram Abif simboliza
la lealtad inquebrantable a los principios, anteponiéndola, incluso, a la
propia vida. Él se sacrificó y murió llevándose consigo el secreto,
dejándonos una tenue luz que nos sirve de guía. La luz íntima que ilumina
nuestro interior para proveernos de fuerza de voluntad; esa otra luz exterior
que emitimos con nuestra conducta y nos ayuda a alumbrar nuestro entorno,
viviendo en sociedad armónicamente con nuestros semejantes y la luz superior,
que emana de los cielos, de la creencia en un Gran Arquitecto del Universo,
iluminándonos a todos por igual.
Aqui, es importante destacar que yo creo en Dios y en la Santísima Trinidad, aun asi me permito interpretar la leyenda:
Las tres preguntas filosóficas
irresolubles sobre las que humanidad viene interrogándose desde el principio de
los tiempos, quienes somos, de dónde venimos y a dónde vamos: Se truecan aquí
en las tres interpelaciones más sencillas, por tres actitudes ante la vida, cuál es
mi deber para conmigo mismo, cuál es mi deber para con el resto de la Humanidad
y cuál es mi deber para con el Creador; Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
La leyenda de Hiram nos enseña que para un hombre justo amante de su
íntima libertad, los temores que suscita la muerte no son nada comparándolos con
la abominación que produce la traición y la deshonra.
Esta leyenda nos revela también
con la muerte altruista de Hiram Abif, que el espíritu de sacrificio
o la entrega generosa de la vida por una creencia o un ideal, no aporta por sí
mismo ni un ápice de verdad a esa creencia y que su grandeza reside
exclusivamente en el propio acto de coherencia que supone anteponer los
principios, la ética, la asunción de la íntima libertad personal a la propia
existencia.